“Todo fue un engaño”. Sabrina repite esta frase varias veces durante su relato. La joven madre de tres niños tenía 17 cuando ella y su marido, que trabajaba en la cosecha del limón, fueron envueltos en las promesas de un captador y llevados a Mendoza. Les dijo que tendrían una casa, un salario alto y que en la mesa no faltaría el pan.
“Viajamos con las dos nenas y yo estaba embarazada. También con mi hermano, que era menor de edad y algunos vecinos. Cuando llegamos a la finca no había nada. Sólo él (quien los había llevado), que era un amigo de la familia de mi marido, tenía cama. No teníamos para comer. Mi marido salía a la mañana temprano a conseguir para el día”, recuerda. Todos dormían en el piso y sufrían por el frío.
“Nosotros podíamos aguantar el hambre, pero las chiquitas no. Pasábamos a uva (sic). Después comenzaron las lluvias, se llovía la casa. Estaba todo mojado y no podía acostarme, dormíamos sentados. El dueño de la finca no nos dio ninguna respuesta. Un día fue la Policía y conté cómo estábamos”, cuenta.
En la casa en la que convivían todos, ella tenía que cocinar –y no comer- para el captador y limpiar. Tampoco recibió pago alguno por esas tareas. Hartos de reclamar, pidieron ayuda a su familia y les enviaron los pasajes. Aprovecharon que el captador no estaba y, con lo puesto, partieron rumbo a la terminal. Caminaron unas cuatro horas y pasaron la noche allí hasta que llegó el horario del viaje. Sin comer nada durante ese día ni el viaje, llegaron a Tucumán. Aquí se enteró de que iniciaron una causa en contra del dueño de la finca y que había sido víctima de trata. Por pedido de la Justicia, es contenida por el equipo del Programa de Asistencia Integral a víctimas del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia. Ahora, a los 21 años, pidió a las víctimas denunciar y así “terminar con la explotación”. “Quiero terminar mis estudios, no terminé la primaria. Para ser alguien en la vida, no esperar nada de otro”.